La música y las Callejas
- Marcos Luvini
- 31 oct 2023
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 1 nov 2023
Acá no veo misticismos. Por probabilidades, si todos los días salgo a pasear por los puertos y pueblos cuando termino el oficio en el barco, y estoy atento y abierto a perderme por las calles, un día encuentro una historia. La recibo como a quien toca la puerta, ya está ahí, esperando. Aclaro para evitar el típico ¡a vos solo te pasan esas cosas!
Casualmente en los últimos tres puertos me tocaron episodios para cuentos, pero este tercero, el de Mentón, es el que le vale esta nota. Mi primer poblado francés continental después de dos meses en el mar.
Escenario: un puerto chiquito e histórico rodeado por murallón del 1600. Desde la amarra se ve el pueblo portuario colorido, escalonado y empinado, todavía con típico estilo de Liguria pero con esa prolijidad francesa casi que forzada. Las luces se encienden, termina el atardecer rosado y se luce la catedral iluminada. Me baño y por disciplina, si, por disciplina y no por ganas o intuiciones, decido ir a pasear. Empiezo a subir por las callecitas pintorescas y como siempre, me dedico a mirar a la gente, a leer cartelitos históricos, a anotar en mi cabeza detalles arquitectónicos, a tomar fotos de pasillitos y faroles, a ver si alguna joven francesa me habla preguntándome algo como en las películas.
Me entero que hay un concierto de cuerdas al aire libre frente a la basílica. Genial! Pero al llegar ya no queda lugar. Bueno, sigamos paseando. Me pierdo en un laberinto de escaleras, túneles, plantas y turistas y casualmente escucho las primeras notas del violín afinando. Se que es anticuado, pero me encanta guiarme por las calles buscando la cúpula, nada de google maps. Cuando la perdía de vista, escuchaba la música. Eso si que es poético. Guiado por la música, que lindo. Así llego al callejón sin salida donde cerraron la entrada a la plaza con un porton de metal.
Hay una vecina sentada en la escalera. Bonsoir, me siento en un escalón. Al minuto llega otra mujer semimodelo de vestido rojo que parece que se quedó sin lugar. También saluda y se sienta sin problema, natural. Me río para adentro. El concierto comienza. Siempre fui de cerrar los ojos cuando escucho música clásica, sino me distraigo con los colores, la orquesta está del otro lado muy cerca. Se me llena el pecho, pasó mucho tiempo desde que escuchaba instrumentos en vivo. Abro los ojos, veo la catedral iluminada, sus caras gozando la noche y las cuerdas del alma; soy plenamente feliz. No entiendo mucho de música, pero cuando se trata de clásica, siento que es como el viento que mueve a un velero, hay que ceñir la vela justa y dejarse llevar para disfrutar un viaje. Cuando nos distraemos, la botavara tiembla, la vela se sacude. Volvemos a prestar atención, volvemos a henchir la tela y avanzar, asi viajamos con cada sonido. Una orquesta no tiene tantos protagonismos, tantos ¡Acá estoy yo! Uno va descubriendo por quienes está integrada y disfruta el conjunto y a cada instrumento. Me había olvidado de los conciertos de música de verano, no soy de recitales ni de shows, pero estos conciertos...




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